Esto no es solo una novela. Tampoco un libro de historia. Si bien tiene un personaje central concreto. De quien ya les hablaré. Tiene muchos otros protagonistas. Aquellos cuyos nombres no figuran con las letras de molde de los libros de historia. Pero que sí estarían gravados, si estos existieran, en las lápidas de los cementerios de campaña. Los que jalonarían las rutas de la independencia, seguramente, esparcidos por medio continente americano. Desde las estribaciones del Fortín Picheuta hasta la laderas del volcán Pichincha. Héroes o cobardes; voluntarios o enganchados. Tuvieron que hacer la guerra. Muchas veces porque no tenían otra opción. Otras porque vieron en esta empresa grandiosa. Una forma de escapar a la rutina y a la pobreza de sus vidas. Una forma barata de vivir una gran aventura. Nadie les preguntó su opinión. Por este y por otros motivos. Elegí contar esta historia desde el punto de vista de uno de ellos. Por obvias razones dramáticas. Este personaje ficticio tuvo que tener un protagonismo que excedía sus antecedentes. Ya que se trata de un simple y joven baqueano. Sepan perdonar esta licencia. Todo lo demás. Los personajes históricos, las batallas, las pujas, y hasta las traiciones. En pocas palabras: el escenario. He tratado de describirlo con la mayor fidelidad posible. Su autenticidad llega hasta donde mi conocimiento histórico-geográfico me alcanza. También, he buscado. De la mejor manera posible. Introducir juicios y apreciaciones, basados en mis conocimientos profesionales, sobre lo que aún continúa siendo. Una hazaña militar de inmensas proporciones. De hecho, la mayor de nuestra historia. Finalmente, confieso que esta obra no pudo escapar a una secreta intención pedagógica. La de aprender, para luego enseñar. Cómo fue que hicieron ellos para pensar y actuar con magnánimidad. Para soñar una Argentina grande. Especialmente, como lo hizo. Ese misterioso héroe que fue nuestro General San Martín.
Carlos A. Pissolito.